[Resumen extraído de la fuente original] 

Desde Puebla de Sanabria hay que viajar hacia el sur, hacia Ungilde. A la salida de Ungilde, la misma carretera que lleva a Robledo ofrece un desvío a la derecha que conduce directamente a Rihonor de Castilla. La carretera es estrecha pero en un relativo buen estado. Eso sí, el paraje montañoso y profundamente verde orifina abundantes curvas y revueltas, continuas subidas y bajadas. En una de estas bajadas aparece el pueblo, Rihonor. Todo está en silencio, aparentemente dormido. Ni un coche, ni siquiera un tractor. Solo algunas mujeres que van a recoger el fruto de los numerosos castaños que hay dentro y fuera del pueblo. Solo algún hombre sentado sobre una piedra. Aparentemente, es un pueblo como muchos otros. Un pueblo que ha perdido definitivamentee el tren de este siglo y se ha quedado congelado, en algún siglo anterior. Lo único que a primera vista parece unirlo a nuestro tiempo es la inevitable presencia de antenas de televisión. Pero hay algo más. Algo que hace a Rihonor radicalmente diferente a cualquier otro núcleo de población: una cadena. Una cadena imposible situada en una calle del pueblo, que pretende marcar la existencia de una frontera no menos imposible.